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Durante un periodo de 34 años, de 1976 a 1910, México fue gobernado por el Gral. Porfirio Díaz, sólo interrumpido de 1880 a 1884 donde gobernó Manuel Gonzállez, amigo de Díaz. Esta etapa se caracterizó por la modernización del país a costa de lo que fuese, fungiendo como principios el orden y el progreso, bases de la ideología positivista del francés Augusto Comte.

Rodeado del llamado grupo de los “Científicos”, Díaz llevó al país a un gran desarrollo de la industria basado, en gran parte, en la inversión extranjera. Díaz también logró establecer un periodo de paz tras los continuos conflictos que afectaron a México durante la mayor parte del siglo XIX. También floreció la cultura y la ciencia en su mando.

Cabe destacar que, como mencionamos al principio, este desarrollo se produjo sin importar el cómo, lo que claramente se reflejó en clase trabajadora, la cual padeció horarios laborales excesivos y salarios que no sustentaban sus necesidades.

Además, la clase media emergente, producto del fruto de la influencia positivista del gobierno de Díaz y que poseía el deseo de incorporarse a la administración política del país,  no tenía acceso a estos cargos, ocupados por gente que acompañó durante gran parte de la dictadura a don Porfirio.

Varios de estos reclamos e inconformidades fueron expresados en la prensa nacional, la cual fue reprimida por el poder, así como algunos levantamientos de obreros que reclamaban mejores salarios y menos horas de trabajo. Existió una gran brecha entre pobres y ricos, que tarde o temprano reventaría.

Fue así como en 1910, bajo el estandarte de “Sufragio efectivo, no reelección», Francisco I. Madero se levantó en contra del gobierno porfirista. Madero era parte de esta clase media burgués que con ideas liberales buscaba formar parte de la vida política del país. Díaz abandonó el poder en 1911, y Madero fue electo presidente en noviembre de ese año, terminando de esta manera el Porfiriato, ya iniciada la Revolución.

Al levantarse en armas Madero, lo secundan otros movimientos en distintas partes del país, con Emiliano Zapata en el sur y Francisco Villa en el norte, También los hermanos Flores Magón se habían expresado en contra de Díaz a través de la publicación de Regeneración y de El Hijo del Ahuizote.

Así, al ser asesinado Madero en 1913, Victoriano Huerta usurpó la presidencia, lo que causó que el país se bañara de sangre por los constantes enfrentamientos entre las distintas fuerzas revolucionarias. Estos conflictos duran hasta en 1917, cuando  Venustiano Carranza se reúne a las diversas fuerzas a formar la Constitución que actualmente rige al país.

En 1918, Carranza es asesinado y Adolfo de la Huerta ocupa el interinato en la presidencia. Convoca a elecciones un año después y queda electo presidente Álvaro Obregón, cuyo mandato se da de 1920 a 1924. Con Obregón, el país inicia una etapa de institucionalización y de reconstrucción de un nuevo equilibrio.

En 1924, Plutarco Elías Calles sigue la línea implantada por Obregón durante su periodo, hasta que, en 1928, Álvaro Obregón fue elegido nuevamente presidente. A Calles y varios miembros del gobierno no les pareció bien ya que iba en contra de los ideales de la Revolución, por lo que fue asesinado ese mismo año y Emilio Portes Gil ocupó el interinato, comenzando así la etapa del Maximato.

Este periodo se caracteriza por el control de Calles sobre los sentados en la silla presidencial  de 1928 a 1934, que fueron Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, todos ocupando cargos de dos años. El Jefe Máximo de la Revolución, como era conocido Calles, dirigió indirectamente al país a través de los ya mencionados personajes.

Esta etapa termina al llegar el Gral. Lázaro Cárdenas al poder, quien exilia a Calles y ejerce su gobierno de manera libre. Cárdenas maneja al Estado fortaleciéndolo como árbitro en los conflictos sociales y empleándolo como director de una economía política. Durante este periodo, se da la creación sindicatos y organizaciones de obreros, campesinos y de sectores populares.

Esto cambia radicalmente con el Gral. Ávila Camacho, quien con su proyecto de Unidad Nacional, reprime los movimientos sociales y controla indirectamente varios sindicatos y organizaciones para mantener la paz en el país.

Bien se sabe que una cultura rica tiene influencia de otras; es decir, que tiene un constante intercambio cultural que le permite continuar vigente. A partir de la Conquista, México ha tenido una relación estrecha con Europa a través de España hasta la Independencia, y más tarde fue influido por Francia tras la intervención de esa nación en nuestro país, con el imperio de Maximiliano de Hasburgo. Más tarde, durante el Porfiriato, el país se ve bañado de la ideología positivista del francés Augusto Comte, ya que Porfirio Díaz utiliza esta línea para ejercer su gobierno. Esto, por supuesto, también afecta a las artes, incluida la música.

En las siguientes entradas, veremos la influencia del estilo europeo en la música mexicana, sobre todo en la de culto, como la de salón y de cámara, creando un estilo propio como lo hiciese Juventino Rosas. Además, descubriremos el nacimiento de varios géneros locales que proporcionan identidad a la música mexicana, sin olvidar que algunos de ellos también fungen la función de servir como memoria histórica al documentar varios hechos y acontecimientos.

Un síntoma tangible de la música mexicana a finales del XVIII, principios de XIX, fue el predominio casi absoluto de la Iglesia sobre este campo de las artes. Sin embargo, esto terminaría simultáneamente con el fin de la época colonial: la decadencia de la liturgia musical de la Iglesia reflejó el debilitamiento de su fuerza política y social. En la última fase del gobierno virreinal,  la Iglesia había perdido totalmente  su misión cultivadora en el dominio musical; los músicos comenzaron a rebelarse contra las doctrinas estéticas y, en menos de medio siglo, su carácter había cambiado: la ópera se había vuelto de estilo italiano.

A pesar de que la fundamentación estética del nuevo estilo era todavía objeto de discusiones apasionadas, ya se había impuesto a lo largo de la práctica musical. La técnica de composición del bajo continuo no tenía secretos para los músicos mexicanos, esto, según Otto Mayer Serra, lo demuestran, entre otros testimonios, el Archivo de Morelia. La figura europea más influyente de los primeros decenios del XIX fue Haydn; a finales del siglo precedente, ya eran conocidas las obras instrumentales de estilo clásico, como sinfonías de Boccherini, de Haydn, Pleyel, y varias obras de música de cámara. En ese entonces, el cultivo de esta última no era muy intenso. El nombre de Mozart se mencionó sólo en contadas ocasiones. El último standard de la música europea fue representado en México, hasta 1820, por el nombre y la obra de Haydin.

La mayoría de los músicos antes de la colonia eran funcionarios de la Iglesia. Ésta hizo guardar una evolución análoga con la música europea, gracias a la universalidad de su organización internacional. Fue el hilo que vinculó  los dos continentes en materia musical que, si bien, pudo  haber sido muy delgado, el sólo hecho de la existencia de numerosas composiciones de los grandes polifonistas clásicos, italianos y españoles en el Archivo musical de la Catedral, es prueba suficientemente para confirmar  que durante la época colonial, la Iglesia evitó un retraso sensible de la práctica musical en México en comparación con la europea.

Sin embargo, el retraso se produjo en el instante en que los músicos se convirtieron en “artistas libres” y tuvieron que basar su existencia económica y artística en las nuevas exigencias estéticas de la  sociedad burguesa. Con esto entramos a una nueva etapa no sólo en México, sino en todo el mundo: la “llegada del liberalismo burgués”. Éste modificó las relaciones entre músico y consumidor de una manera radical.  Dio al artista una nueva libertad ante  la Iglesia, que significó  su emancipación espiritual, el descubrimiento de su nueva personalidad y el anhelo de plasmar artísticamente  sus emociones individuales; sin embargo, tuvo que someterse a las leyes implacables de la competencia y de la división de trabajo.

Este cambio mundial de orden social, político y económico, permitió la posibilidad para las clases  bajas de ascender en la escala social e ingresar en una superior. Así, con la fluctuación constante, se terminó con la unificación del criterio estético del consumidor de música: “este criterio se basó, hasta entonces, en una apreciación de la hechura técnica de la obra musical y en cuanto ésta correspondiera a las normas en uso y cumpliera con su función social” 1. A partir de mediados del siglo XIX,  fue sustituido por lo que se llama “gusto musical”. Esta transformación del criterio estético fue la consecuencia lógica de la nueva función social de la música, la cual, de factor colectivo y utilitario, se había convertido en un elemento de puro esparcimiento. Así, la música de salón había llegado a México.

La corriente “salonesca”  tuvo una importancia extraordinaria para la vida musical moderna; más adelante evolucionó hacia la música de divertimiento en general (con ramificaciones en la música militar, la de los cafés, la opereta, la zarzuela, la bailable y, últimamente, el jazz) y sus características musicales dividieron el gusto de la mayoría social. Con esto se fraccionó la producción musical en dos categoría de distinta altura e influyó de manera notable sobre la posición del compositor dentro de la sociedad: “aprendió a considerarla como su enemigo mortal, contra cuya intolerancia, desconfianza, indiferencia y hostilidad estuvo condenado a luchar con todos los medios a su alcance”2. Por lo tanto, constituyó en primer término un baluarte contra cualquier progreso innovador.

La música de divertimiento tiende a perpetuar en cada caso los elementos básicos de la tradición musical,  a conservarlos en su forma más fácilmente accesibles y en sus formas más sencillas. Así, la música de salón explotó hasta el hastío: el lenguaje armónico del clasicismo, basado en una fórmula cadencial con su acompañamiento confiado a la mano izquierda, de un esquematismo invariable. Las formas musicales que se conservaron inalterablemente a lo largo de todo el siglo XIX fueron la danza (polcas, mazurcas, redowas, schottisch, valses, contradanzas, cuadrillas, etc.); el popurrí, la pieza “de carácter””, la pieza de color “exótico” y la marcha militar; todas abundan en la producción musical del siglo XIX. Habían sido creadas o dignificadas por los compositores románticos de alta categoría, hasta que se convirtieron en bienes culturales de nivel decaído que iba a vegetar y sobrevivir en las clases inferiores durante muchos decenios, cuando la música de todo el mundo ya había experimentado toda una serie de transformaciones.

Los temas escritos durante este periodo tienen una inspiración europea y una técnica de imitación sobre los moldes italianos, franceses y alemanes. Aparte de una corta floración de óperas realizadas por autores mexicanos, el principal campo musical mexicano fue la producción para piano.  A pesar de no llegar a un estilo propio, la escuela pianística tuvo una importancia determinante para la evolución histórica, pues era el único elemento de tradicional en la música del siglo XIX que conduce en línea recta, con personajes como Felipe Larios, Tomás León, Melesio Morales, Julio Ituarte, Ricardo Castro, con una ramificación muy importante en Felipe Villanueva y Ernesto Elorduy, los compositores de la “danza” para piano.  Con estos últimos está relacionado, tanto estilísticamente como de manera espiritual, la primera gran figura del moderno nacionalismo musical: Manuel. M. Ponce.

Mientras tanto,en Europa, el género “salonesco” tuvo la función de categoría inferior a la gran música romántica. Dicho género constituyó  la única forma de expresión musical. Toda esa producción se inició en el decenio de la muerte del último representante del clasicismo vienés en México: Elízaga (m. 1842) y se extendió hasta los principios del siglo XX. Pero, a partir de Melesio Morales, se  observa una tendencia marcada por las transcripciones de óperas y por los títulos románticos. El aspecto más interesante  de todo el género es el aspecto técnico. Su virtuosismo pianístico, en realidad, es sumamente rudimentario y, por lo tanto, no lo afecta las innovaciones de los grandes románticos  europeos. Las  ornamentaciones virtuosas que utilizaron los compositores mexicanos no llegaron a las combinaciones dificultosas de los Gottschalk y Thalberg, dignificadas en la escritura pianística de Liszt, sino  que se atuvieron  más bien a las formulas sencillas de los Asher, Sidney, Smith, Wallace, Hünten, Henri Herz y Labitzki, cuyas obras fueron muy difundidas en México.

En general, las obras creadas por la escuela pianística mexicana son, hasta tal punto, parecidas entre sí, que sería difícil hablar de un estilo personal de alguno de sus representantes.  Sin embargo, Melesio Morales es la excepción. Él fue quien más hábilmente asimiló  la música de salón europea, pero sin evolucionar.  El estilo uniforme se convirtió en un elemento retrogrado, conservador e incluso reaccionario, de  efecto nocivo para el progreso musical en México.  Este estancamiento no habría existido  si se hubiera introducido en México el estilo concertante con anticipación de medio siglo. Sólo un hombre lo intentó, Aniceto Ortega, quien murió en 1975. “Él fue el más despierto de los compositores de su generación con la auténtica inquietud del creador y una visión elevada de las posibilidades futuras que ofrecía el arte de su país”3. Si se puede hablar de que hubo un romanticismo musical en México, Aniceto Ortega es el más genuino exponente; sin embargo, fue olvidado.

Los altibajos de la música en México y su aparente inferioridad en comparación con la europea, se explica por el hecho de que no solamente no existía una capa lo suficiente amplia de élite social que consumiera música, sino que la sociedad y la cultura del México independiente no contaban con una tradición  en qué basarse para desarrollar sus propios medios de expresión. En México, se presenció un proceso de destrucción continua y sustitución de culturas, en lugar de un crecimiento y una evolución de un periodo a otro. Con la Independencia, durante el primer cuarto del siglo, las nuevas fuerzas progresivas, por un lado, se encontraron ante un vacío, y por el otro, se empeñaron a romper toda relación espiritual o ideológica con los vestigios del sistema colonial, el cual, no construyó a la formación de un patrimonio cultural autóctono.

1 Mayer S. (1941) Panorama de la Música Mexicana. Colegio de México. México. pág. 69

2 Ibídem pág. 71

3 Ídem pág. 88

Concierto para piano (mov.2) de Manuel M. Ponce

«Ildegonda» de Melesio Morales

En 1875, una sublevación militar pone fin a la etapa liberal, con la instauración de una dictadura represiva apoyada por los terratenientes, que termina hasta 35 años después con el estallido de la primera revolución del siglo XX: la Revolución Mexicana en 1910, que cierra un siglo de caos político en México.

Todos estos avatares de la historia mexicana incidieron profundamente en la conformación de la cultura nacional y dejaron marcada su huella en la música: bajo la influencia de los inmigrantes alemanes, para cuya vida musical los instrumentos de aliento ocupan un lugar preponderante, surgieron bulliciosos grupos instrumentales de clarinetes, trompetas, saxofones, redoblante y bombo: la tambora, creando géneros de música que subsisten hasta la fecha.

Habitantes de Europa Central, que llegaron a México para participar en la construcción de los ferrocarriles, heredaron a la región norte del país el acordeón y los alegres ritmos que se generalizaron en esa zona: la redova, la polka y el chotís. En tanto, la alta sociedad se recreaba en la llamada música de salón, con obras de esquisitez poética: mazurkas, minuetos y danzas diversas, entre los que destaca el vals, ritmo este que las regiones de la costa sur del Pacífico, acogen con gran identificación expresiva.

Tras la caída de la dictadura y el inicio de la Revolución en 1910, se suceden años de luchas intestinas en las que participan las clases medias, los obreros y los campesinos; pero en 1919, tras el asesinato del revolucionario líder agrarista Emiliano Zapata, la burguesía asume el poder.  En la música de arte algunos cantantes de ópera y pianistas destacaban en el Viejo Continente; y surgieron compositores del Romanticismo, entre quienes se encuentran Ricardo Castro y Manuel M. Ponce.

Como canción popular, el antiquísimo corrido adquiere su mayor auge a partir de la Revolución Mexicana, ya que por su carácter narrativo es un útil instrumento de comunicación que describe las lides, las escenas de campaña, los éxitos y derrotas del soldado y su inseparable mujer, la soldadera; el forajido, la cotidianidad de los pueblos, las costumbres lugareñas, etcétera. Como género bailable popular se impone el jarabe, una especie de suite conformada por varios sones. Originalmente se acompañaba por bandurrias y guitarras y algunas veces con arpa, violín y una especie de bandola; pero actualmente los sones se acompañan con mariachi.

La península de Yucatán ha aportado la canción yucateca. Su desarrollo, a principios del siglo XX, fue producto del rico ambiente literario y musical que se vivía en sus ciudades, donde se acostumbraba la serenata y las veladas literarias; y cantar a dueto acompañándose con la guitarra se convirtió en un verdadero arte popular. Con toda la costa oriente de Yucatán mirando hacia el Caribe, la poesía lírica se combinó con los ritmos sensuales de las Islas Antillanas y de otros países caribeños del continente.

El bolero, el bambuco y la clave son candentes ritmos llegados a la Península de Yucatán; asimilaron la esencia mexicana adquiriendo una sonoridad melancólica, dulce y de muy alta expresividad. Según iba evolucionando la canción yucateca, fue compuesta para dos voces, con dos distintas melodías y, en algunos casos, dos distintos textos cantados al mismo tiempo.

Según la versión histórica tradicional, hay dos México: el anterior a la Revolución y el que nació a partir de ella. Pero algunos estudios históricos recientes muestran que, en varios aspectos, un nuevo país empezó a surgir antes del conflicto armado de 1910. El largo periodo histórico de más de tres décadas dominado por Porfirio Díaz fue, a pesar de sus conflictos y desaciertos, una etapa de desarrollo económico, social y cultural que sentó las bases para el surgimiento de un México moderno, vinculado con otros países europeos y americanos. Esta apertura internacional fue fundamento de un desarrollo cultural y musical que se nutrió de nuevas tendencias cosmopolitas y empezó a superar las inercias del estancamiento.

Son varios los indicios históricos que muestran que la música de concierto empezó a cambiar a partir de 1870. Si bien la tertulia y el salón románticos continuaron siendo entornos propicios para la música íntima y se reafirmó el gusto social por la música escénica (ópera, zarzuela, opereta, etc.), se percibe un cambio gradual en las tradiciones de componer, interpretar y difundir la música. En el último cuarto del siglo XIX se consolidó la tradición pianística mexicana (una de las más antiguas de América), se desarrolló la producción orquestal y la música de cámara, se reincorporó la música folklórica y popular a la música profesional de concierto y se produjeron nuevos repertorios más ambiciosos en forma y género (para trascender las danzas y piezas breves de salón). Los compositores se aproximaron a nuevas estéticas europeas para renovar sus lenguajes (francés y alemán), y se inició o continuó la creación de una infraestructura musical moderna que más tarde se escucharía en teatros, salas de música, orquestas, escuelas de música, etc.

El nacionalismo musical mexicano surgió a partir del impacto social y cultural de la Revolución. En diversos países de América Latina los compositores emprendieron la indagación de un estilo nacional hacia la mitad del siglo XIX. La búsqueda de identidad nacional en la música comenzó con un movimiento indigenista romántico en Perú, Argentina, Brasil y México, basado en símbolos prehispánicos atractivos para la ópera. El compositor mexicano Aniceto Ortega (1823-1875) estrenó su ópera Guatimotzin en 1871, sobre un libreto que presenta a Cuauhtémoc como un héroe romántico.

A fines del siglo XIX y principios del XX se percibía ya un claro nacionalismo musical en México y sus países hermanos, influido por corrientes nacionalistas europeas. Este nacionalismo romántico es resultado de un proceso de “criollización” o mestizaje musical entre las danzas de salón europeas (vals, polka, mazurka, etc.), los géneros vernáculos americanos (habanera, danza, canción, etc.) y la incorporación de elementos musicales locales, expresados a través del lenguaje romántico europeo dominante. Entre las óperas románticas nacionalistas están El rey poeta (1900) de Gustavo E. Campa (1863-1934) y Atzimba (1901) de Ricardo Castro (1864-1907).

Las ideas estéticas de los compositores nacionalistas románticos representaban los valores de las clases media y alta de la época, en concordancia con los ideales del romanticismo europeo (elevar la música del pueblo al nivel de arte). Se trataba de identificar y rescatar ciertos elementos de la música popular y revestirlos con los recursos de la música de concierto. La numerosa música de salón publicada durante la segunda mitad del siglo XIX ofrecía arreglos y versiones virtuosísticas (para piano y guitarra) de los famosos “aires nacionales” y “bailes del país”, mediante los cuales se introdujo la música vernácula a las salas de concierto y al salón familiar, con un aspecto presentable para las clases medias. Entre los compositores mexicanos del siglo XIX que contribuyeron a la búsqueda de una música de carácter nacional están Tomás León (1826-1893), Julio Ituarte (1845-1905), Juventino Rosas (1864-1894), Ernesto Elorduy (1853-1912), Felipe Villanueva (1863-1893) y Ricardo Castro. Rosas se hizo famoso a escala internacional con su vals (Sobre las olas, 1891), mientras Elorduy, Villanueva y otros cultivaron la sabrosa danza mexicana, basada en el ritmo sincopado de la contradanza cubana, origen de la habanera y del danzón.

Biografías: Felipe Villanueva y Ricardo Castro
Biografías: Tomás León y Ernesto Elorduy

“México lindo y querido,  si muero lejos de ti”.

Amado Nervo (poeta, novelista y ensayista mexicano :1870-1919) dijo alguna vez que “sólo hay tres voces dignas de romper el silencio: la de la poesía, la de la música, y la del amor”.

La música es una de las mayores expresiones artísticas creadas por el hombre. Todo pueblo tiene un canto, un sonido o un poema que refleja parte de su folclor, tradiciones, historia e idiosincrasia.

La música proporciona identidad. Sin importar que nos guste el rock, el pop, la salsa o el reggaetón, es inevitable no sentir como se nos detiene el corazón cuando de repente escuchamos  sonar en la lejanía “Caminos de Guanajuato” de José Alfredo Jiménez.

Cicatrices, sonrisas y romances de una cultura. Estados Unidos tiene el country, los países del centro de Europa la polka y la nación del sol naciente tiene el Min’yō.

En la delta de Misisipi, los cantos de dolor de los antiguos esclavos africanos se convirtieron en la base de gran parte de la música popular de la actualidad.

Los momentos de sufrimiento y dolor suelen ser el caldo germinal de las manifestaciones artísticas. Para reír hay que haber llorado antes. No se puede concebir la felicidad si la tristeza nunca se ha apoderado antes de uno.

México es un país con numerosas cicatrices, marcado por guerras, conquistas, invasiones extranjeras y emperadores fusilados.  La primera mitad del siglo XX, bajo el trasfondo de una sangrienta y larga guerra civil, la nación del águila y la serpiente vivió un enorme florecimiento cultural y artístico que aún hoy en día forma parte del ideario nacional e internacional.

De las Barrancas del Cobre al Cañón del Sumidero, pasando por los volcanes del Anáhuac y los envalentados agaves del Bajío, México es un prisma cultural en el que, a pesar de que todos sus habitantes pertenecen una misma nacionalidad, hay una inmensa variedad de colores, sabores, olores y sonidos.

En un país con una masiva extensión territorial y diversas composiciones étnicas y raciales. El corrido, el huapango, el son jarocho y las rancheras nos dicen más del propio mexicano que cualquier ensayo de Octavio Paz o que cualquier libro de antropología, sociología o filosofía.

Cadáveres, cadáveres y más cadáveres aparecían incesantemente en las principales plazas del país. La violencia, la miseria y la corrupción se mezclaron entre sí para crear una sangrienta sinfonía que desangró a nuestra agonizante nación por más de siete largos años.

La represión, la pobreza y la falta de educación tornaron a la Revolución Mexicana en una engañosa válvula de escape en la que los más marginados vertieron sus efímeras esperanzas de obtener una vida mejor.

A lo largo de este periodo, el corrido cobró una enorme importancia al convertirse en un medio catártico por el cual se narraban historias, héroes, tragedias, hazañas bélicas y romances sin consumar.

Culminada la Revolución Mexicana, el país estaba hecho pedazos, no había industria y más de un millón de almas habían sido brutalmente silenciadas.

Álvaro Obregón, quien fue el verdadero triunfador de la revolución, tenía ahora en sus manos la titánica tarea de reconstruir México.

Este proceso no sólo se basó en la pacificación de la nación bajo un proceso corporativista, sino que también se apoyó en un proyecto cultural y educativo (encabezado por José Vasconcelos) que ayudaría a la forja de una identidad nacional para poder así crear y educar mexicanos que contribuyeran a la creación de una clase media que sostuviera el proyecto de nación.

El arte es producto de las contradicciones. El arte mexicano proviene (al igual que los mexicanos mismos) de un choque cultural entre lo europeo y lo mesoamericano.

José Vasconcelos caviló el concepto de “raza cósmica”, el cual establecía que el latinoamericano es el crisol de la sangre blanca, negra y amerindia, representando lo mejor de éstas y el futuro de la humanidad.

El muralismo es el máximo exponente del proyecto y visión vasconcelista. Sin embargo, en todo el arte mexicano post-revolucionario, también encontramos remembranzas y una exaltación del sincretismo cultural del cual todos los mexicanos somos hijos.

 Lo anterior explica porque todas las expresiones artísticas y culturales de México, hasta aproximadamente la década de 1980, están dotadas de un aura nacionalista que, sobre todas las cosas, resalta la mexicanidad.

El corrido

Publicado: diciembre 13, 2011 en Uncategorized
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La música, en todas sus manifestaciones, ha sido desde siempre una constante compañera del hombre. Ésta no sólo intenta aproximarse a los sonidos de la naturaleza, sino que también funge como portavoz de la historia y de las hazañas  heroicas.

A mediados del siglo XIX, en México surgió el corrido, un género épico-lírico-narrativo en cuartetas de rima variable, con una forma literaria sobre la que se apoya una frase musical usualmente compuesta por cuatro miembros. Los corridos -influenciados, en lo épico, por el romance español y, en lo lírico, por la copla y el cantar- generalmente relatan aquellos sucesos que hieren poderosamente la sensibilidad de las multitudes.1

 Durante la revolución mexicana, los corridos difundieron y ensalzaron las proezas, las hazañas guerreras, los fieros combates y las trágicas muertes de héroes anónimos.

 Sin embargo, los corridos relatan también muchas otras cosas: desastres, catástrofes naturales, dramas familiares y pasionales, hechos revolucionarios, sucesos felices y trágicos de todo tipo.

 Hacen referencia también a famosas carreras de caballos; consignan la inauguración de carreteras, puentes y líneas ferroviarias, satirizan, atacan y defienden a políticos y caudillos; ahondan, a veces, en la realidad internacional, comentan sucesos deportivos, narran la vida de los campesinos, los obreros y la gente sencilla del pueblo, y cuentas, también, historias de amor.2

Todo lo anterior los convierte en una de las manifestaciones musicales más importantes y populares del país, sobretodo en la época de la Revolución, en la cual, en México, la mayor parte de la población era analfabeta y los medios de comunicación o eran inexistentes o tenían un alcance bastante limitado.

En los tiempos de la revolución, los cantantes viajeros recitaban los corridos en las calles o las plazas públicas, para comunicar novedades acerca de los acontecimientos importantes, así como lo habían hecho los trovadores de la Edad Media. La fuerte difusión de los corridos también tiene que ver con la venta de los textos impresos en papel de colores en las ferias y fiestas populares. Estas impresiones frecuentemente estaban ilustradas aquellas de la casa Vanegs Arroyo por el entonces totalmente desconocido artista José Guadalupe Posada.3

Estas hojas servían frecuentemente para la difusión de ideas revolucionarias. Eran algo así como celdas de lo subversivo que normalmente, fueron ignoradas por parte de la censura, ya que estas hojas se consideraban como ‘asuntos del populacho’ sin importancia.

El musicólogo Vicente T. Mendoza opina que el primer corrido «como tal» fue ‘Macario Romero’ que data del año 1898 y surgió en el estado de Durango. El texto relata un acontecimiento del año 1810.

Debido a su carácter popular, los corridos generalmente eran anónimos o si llegaban a tener autor, éste prácticamente estaba fuera de todo registro histórico, por ello destaca la figura de Vicente T. Mendoza, quien dedicó gran parte de su vida a la recopilación y estudio del corrido.

Los más importantes recopiladores de corridos son:

Dario Orihuela, John ReedAlicia Olivera de Bonfil, Eduardo Guerrero y Vicente T. Mendoza.

Los más importantes compositores o transmisores de corridos de los que se tiene registro son:

Matías Cruz Arellano, Juan Ortega, C. N Martínez, José Uribe, Francisco Cuervo Martínez, Antonio del Río Armenta, Pepe Guízar, Graciela Olmos, Genaro Núñez, Cuco Sánchez, Víctor Cordero, Micaela Marín y Ma. Dolores Gamiño, Samuel M. Lozano, José Ríos, Lira-Mendoza, David González.

Algunos corridos importantes son:

Corridos de la revolución

 «Hay un hombre aquí en el norte» (recopilado por Dario Orihuela)

 «La cucaracha porfirista» (anónimo)

 «Nos dejaron los olotes» (anónimo)

 «Güerotes patas de perro» (anónimo)

«La güera» (recopilado por John Reed)

 «Corrido de Pascual Orozco» (Matías Cruz Arellano)

 «En los altares de la patria está Zapata» (Marciano Silva)

 «El quinto de oro» (recopilado por Alicia olivera de Bonfil)

 «El corrido de las comadres» (anónimo)

 «La toma de Chilpancingo» (transmitido por Matías Cruz Arellano y recopilado en 1969 por Alicia Olivera de Bonfil. Publicado en el boletín del Instituto Nacional de Antropología e Historia)

 «Sobre Victoriano Huerta» (recogido por John Reed)

 «Corrido de Francisco Villa» (recogido por John Reed)

 «La toma de Zacatecas» (Juan Ortega)

 «Los Combates de Celaya» (C. N Martínez)

 «Canto a la muerte de Pancho Villa» (recopilado por Vicente T. Mendoza)

 «De la intervención Americana» (editado y recogido por Eduardo Guerrero)

 «La cucaracha villista» (recogido por Vicente T. Mendoza)

 «De la persecución de Villa» (recogido por Vicente T. Mendoza)

 «De los Dorados» (José Uribe)

 «La batalla de Zacatecas» (Francisco Cuervo Martínez)

 «La Adelita» (Antonio del Río Armenta)

 La Valentina (popular)

 «Las mañanitas»  (Benjamín Argumedo)

 «Corrido del Norte» (Pepe Guízar)

 «Corrido de Durango» (Graciela Olmos)

 «Con mi 30-30» (Arr. De Genaro Núñez)

 «Aquí está Heraclio Bernal» (Cuco Sánchez)

 «Ahí viene Maclovio Herrera» (Víctor Cordero)

 «Madero» (comunicado por Micaela Marín y Ma. Dolores Gamiño)

 «La Toma de Ciudad Juárez» (recopilado por Vicente T. Mendoza)

 «La decena trágica» (Samuel M. Lozano)

 «A Venustiano Carranza» (José Ríos)

 «Felipe Ángeles» (Samuel M. Lozano)

 «Benjamín Argumedo» (Dominio Público)

 «Marieta» (Samuel M. Lozano)

De Braceros y chicanos

 «Vivan los mojados» (Luis Armenta)

 «Corrido del inmigrante» (anónimo)

 «La compañía de tranvías» (anónimo)

 «Desde Morelia» (anónimo)

 «Arriba Raza» (anónimo)

«Adiós México Querido» (Juan José Molina)

«A dos dólares la hora» (anónimo)

«A El Paso» (Mario Ríos)

 «La cucaracha mojada» (anónimo)

De amores y tragedias pasionales

 «Mañanas de Belén Galindo» (anónimo, Zacatecas, 1883)

 «Román Colón» (anónimo)

 «Bola a Carmela» (anónimo)

 «Agustín Niño» (anónimo)

 «Un Recuerdo a Isabelita» (anónimo)

«Rosita Álvirez» (Colima, tradición oral)

 «La Vaca Mansa» (Melquiades Martínez)

 «La canción del fiel amante» (Antonio Cruz)

 «Los dos hermanos»  (Juan Mendoza)

 «Micaila» (Transmitido por Max Brauer y recopilado en México en 1945)

 «Cuca Mendoza» (Jacobo Dalevuelta en Cantos de México 1930)

 «Corrido de mi negrita» (anónimo)

«Juanita Alvarado» (anónimo)

 «La Entallada» (Pepe Albarrán)

 «La Lupe» (Lalo González)

» Volvió por ella» (Rafael Buendía)

 «Veinte Años» (Felipe Valdés Leal)

 «Rancho Escondido» (Agustín Jaramillo)

 «Prisionero de San Juan de Ulua» (anónimo)

 «La Pistolota» (Silvestre Méndez)

 «La Martina» (Consuelo Castro)

 «Conchita la viuda alegre» (Consuelo Castro)

 «Juan Charrasqueado» (Víctor Cordero)

 «La rielera» (Samuel M. Lozano)

 «Don Palomas» (Juan Gaytán)

 «Doña Elena y el francés» (Arr. David González)

 «Minerva» (Reynaldo Martínez)

 «La mesera» (Esteban Navarrete)

«Don Dinero» (Rafael Buendía)

 «Ya las pestes se van» (Antonio Vanegas Arroyo)

 «La traición japonesa» (Guillermo Argote)

De mineros

 «Cananea» (anónimo)

 «El corrido de fresnillo» (Proporcionado por Manuel Martínez en Fresnillo)

» El corrido de Mazapil» (Proporcionado por Angel Aguayo de 96 años y compuesto en 1847)

De padres, madres e hijos

 «Corrido de los hijos ingratos» (Luis Martínez)

 «Mañanitas para las Madres» (Elías González)

«Corrido del parricida»  (Leopoldo Bravo y recopilado por Eduardo Guerrero en hoja suelta)

 «Corrido del hijo pródigo» (Silvino Martínez y editado por Eduardo Guerrero en hoja suelta)

 «Corrido del hijo desobediente» (anónimo, 1937)

 «Consejos de una madre» (Ortega Leal)

 «Benjamín» (comunicado por José Gordillo)

De Ciudades

 «Támpico Hermoso» (Samuel M. Lozano)

» Un Recuerdo a Puebla» (Samuel M. Lozano)

 «A Cuernavaca» (anónimo)

 «Corrido de la Ciudad de México» (anónimo, finales del siglo XIX)

 «Arriba Sinaloa» Ignacio Jaime

 El Quelite (México D.F) – (Comunicado por Manuel Piña)

 «Qué lindo es Michoacán» (anónimo)

 La feria de San Marcos (Juan S. Garrido)

» Viva México» (Pedro Galindo)

 «Juan Colorado Bermejo» (Esparza Oteo)

 «El Chivo» (Arr. Antonio Acosta)

 «Sonora querida» (Saúl Castell)

De los cristeros

 «Corrido de los cristeros» (partido conservador)

1.Mendoza, Vicente, 1954, El corrido mexicano, 10ªreimpresión, FCE, México.

2.Vélez, Gilberto (1990), Corridos mexicanos, 3ª edición, Editores mexicanos unidos, México.

3.http://infomorelos.com/cultura/mexmusic.html

El huapango

Publicado: diciembre 13, 2011 en Uncategorized
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Alguna vez escuché a un extranjero decir que “El Huapango” del compositor mexicano José Pablo Moncayo (1912-1958) era la canción folclórica de un país más hermosa que había escuchado en toda su vida.

Razón no le hacía falta, ¿a quién jamás se le ha erizado la piel al escuchar al que por muchos es considerado el segundo himno nacional de México?.

Desde que suenan las primeras notas de “El Huapango” de Moncayo (compuesto en 1941) uno no puede dejar de pensar en los volcanes amantes, las calles de Orizaba, las iglesias de Guanajuato, los llanos tapizados por nopales y las milpas de maíz.

Un onanismo auditivo que representa con notas, instrumentos y acordes, la esencia de todo un pueblo.

El huapango es un género musical mexicano -el cual puede ser interpretado de diversas maneras- que está basado en medir el ternario.

Existen tres variantes de huapango. La más famosa de éstas es el típico o huapango de la Huasteca.

Existe también el Huapango norteño, el cual suele ser interpretado por un banda y con instrumentos como el acordeón, trompetas y tambor.

Y finalmente, está el huapango de mariachi, que es ejecutado con instrumentos de cuerdas (como el violín y el guitarrón) e instrumentos de viento.

Al parecer, la palabra huapango se derivada del vocablo náhuatl «cuauhpanco», que literalmente significa en la plataforma, o puede ser una deformación de la palabra «fandango».

El fandango es un baile de pareja de ritmo ternario, improvisado y nunca coreografiado (a excepción del fandango Pollença). Tiene unos orígenes que se remontan a la España de los siglos XVII y XVIII y desapareció como baile tradicional a principios del siglo XX. Empero continuó, por un lado, siendo estudiado en la escuela bolera y por otro, en la memoria de la gente mayor que ha conseguido que renazca un siglo después.

El son

Publicado: diciembre 13, 2011 en Uncategorized
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Fuegos artificiales, pan de feria, procesiones y  flores multicolores. México es un país de grandes tradiciones cuyos olores, colores y sonidos son un deleite para todos los sentidos.

La nación de el «es y no es». Un país que nación de la conquista por parte de los españoles, pero a que su vez tiene como base a las milenarias culturas precolombinas.

El violento choque entre occidente y Mesoamérica ha derivado desde el siglo XV en manifestaciones artísticas únicas en el mundo. Impacta pensar que los grandes palacios coloniales, además de estar construidos con las piedras de las antiguas pirámides, están repletos de simbología que los indígenas plasmaron a la hora de ser utilizados como mano de obra.

Tlalocs ocultos en pinturas y vitrales. Una vírgen morena que es la madre de Jesucristo y Huitzilopochtli. Ofrendas hacia los muertos con flores de cempázuchitl y antiguos crucifijos.

Instrumentos europeos hechos con maderas y manos mexicanas. Sonidos y estilos que cruzaron el Atlántico y se convirtieron en algo totalmente distinto al ser impregnados con una cosmovisión radicalmente diferente. La música mexicana también es mestiza.

De Sonora a Yucatán, el son es un estilo musical ampliamente difundido en México que se define por su carácter mestizo. Sonidos que datan del barroco, pero que contienen la sustancia del Istmo de Tehuantepec.

Creativos, enérgicos y adictivos. Cada región del país tiene sus propios sones, los cuales se definen por las características de cada cultura. México es una mencolanza de etnias, culturas y tradiciones.  El son es, sobre todo, una música de los mestizos.

Más que ser un género musical bien definido, el término  ‘son’ reúne  una gran variedad de canciones y melodias totalmente variadas entre sí, que no pueden ser identificadas y clasificadas simplemente por su estructura armónica, rítmica o melódica. No obstante, existen claras diferencias hacia otros tipos de música mexicana, tales como el corrido, el bolero y la ranchera.

Existen diversas variantes que comparten las siguientes características:

1) música fundamentalmente interpretada con instrumentos de cuerda y percusión.
2) canto de coplas: conjuntos de versos de métrica generalmente octosilábica y de agrupamientos diversos en la rima, que incluyen cuartetas, quintillas y décimas.
3) bailes de una o más parejas, que ejecutan zapateados que complementan y ponen de relieve la parte rítmica.

Desde el punto de vista lírico, el son está compuesto por coplas – pequeños poemas rimados que, a veces, provienen de España (siglo XVI). Otros textos tienen carácter claramente regional. Los temas generales son: amor, mitos, leyendas, personalidades y animales, acontecimientos religiosos y políticos, etc. Frecuentemente, los textos son improvisados e inventados en el momento.

Desde el punto de vista armónico, el son está basado en modelos occidentales: tonica, dominante, subdominante y las escalas correspondientes. Para ciertas partes, por ejemplo para las introducciones, existen también raras variantes armónicas con inversiones de los acordes ligeramente disonantes.

La interpretación de la forma melódica varía entre los cantantes y los instrumentistas, resultando en un rico entramado melódico dentro de la estructura armónica preestablecida.

La estructura rítmica del son es altamente variable y compleja. La mayoría utiliza ritmos como el 3/8, 3/4 o 6/8. Muy pocos sones usan tiempos binarios.

El son se toca en diferentes partes de país, destacando las siguientes regiones:

1. Son calentano de la región del Río Balsas.
Esta parte del país se llama ‘Tierra Caliente’. Sobre todo en Ciudad Altamirano (antes Pungarabato) y en Tlapehuala (Guerrero) y en Huetamo (Michoacán) hay una tradición de intérpretes locales. En esta región, el grupo consta de una o dos violines, una o más guitarras y un ‘tamborito’.

2. Sones calentanos de la región Tepalcatepec
También en Michoacán se encuentra el Río Tepalcatepec que desemboca en el Río Balsas. En Apatzingán, Nueva Italia, Coalcomán, Arriaga und Zicuirán, el son es tocado con una o dos violines, guitarra de cuerdas dobles, vihuela y harpa de 36 cuerdas que, frecuentemente, es usado de manera rítmica.

3. Son Jalisciense
Proviene de la Sierra Madre Occidental, la planicie de la costa del pacífico y en la Sierra Madre del Sur en los estados de Jalisco y Colima. Ahora, se toca en todas las partes de la república mexicana y es considerado como la parte más representativa de la música mexicana en general. El grupo consta normalmente de harpa y guitarrón, hasta 3 violines, vihuela y diversas guitarras. También se han ido integrando trompetas.

4. Son de la región del Río Verde y de Cárdenas.
En esta parte de San Luis Potosí, se toca una variante del son que forma un puente entre los estilos Huasteco y Jalisco. Los textos constan de versos y valonas de ocho silabas y diez estrofas. El acompañamiento está formado por guitarrón con cinco cuerdas dobles (huapanguera), dos violines, jarana o vihuela.

5. Son de las regiones Costa Chica y Tixtla.
Se toca en la costa sur del país. Gran parte de la población de Costa Chica es de origen africano. Naturalmente, el son de esta región refleja este hecho. El acompañamiento está compuesto por una o más guitarras, una o más vihuelas, harpa y artesca (instrumento de percución sobre el cual se baila, produciendo el sonido con los pies). Un tapeador toca el ritmo con una caja de madera.

6. Son Istmeño.
Este estilo se toca en la región de Tehuantepec en Oaxaca, sobre todo en Juchitán, Tehuantepec, salina Cruz, Ixtaltepec e Ixtepec. Se acompaña con una o más guitarras y ocasionalmente con marimbas.

7. Son de Veracruz.

El son jarocho se tocan en muchas partes del país, sobre todo en las regiones de Veracruz, los Tuxtlas, Catemaco…

Desde el punto de vista del ritmo, esta es la forma más compleja del son, debido a la influencia de la población de origen africano de esta región. El grupo frecuentemente está compuesto por harpa, guitarras y jaranas.

8. Son Huasteco.

Se toca en partes de los estados de Tamaulipas, Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Puebla. También se denomina ‘huapango huasteco’ y se toca en todas las festividades que se celebran en la región. Es la música viva de los bares y prostíbulos y se acompaña frecuentemente con violin, jarana, guitarra o huapanguera.

Como baile, el son es en parte similar al flamenco. Se baila en parejas y a menudo sobre una plataforma que forma un cuerpo de resonancia y, de esta manera, un instrumento musical que amplifica el sonido del zapateado. El ritmo del baile puede representar un ritmo complementario para el resto de la música. Normalemente, el baile es una forma de coqueteo, alternando entre hombres y mujeres.

El jarabe es considerado como uno de los bailes más populares de México. Es un baile suelto y de parejas, de carácter profano y alegre, en el que el hombre y la mujer actúan los coqueteos amorosos muchas veces imitando los acercamientos de los animales. El jarabe es una sucesión de varias melodías instrumentales ligadas por una copla que termina con una «diana»; su ritmo es muy rápido y vivaz.

 

 

 

 

 

Partes del texto fueron íntegramente sacadas de http://infomorelos.com/cultura/mexmusic.html

La ranchera

Publicado: diciembre 13, 2011 en Uncategorized
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Niños y adultos; mexicanos y extranjeros. Pocos géneros musicales nacidos en México han sido tan trascendentes y aclamados mundial y nacionalmente como la ranchera.

Mujeres, romances, tequila y amor por la patria. La ranchera es un género musical tradicional mexicano cuyos orígenes se remontan a los inicios del siglo XX, específicamente, bajo el contexto de la Revolución Mexicana.

Como su nombre lo indica, el término “ranchera” se deriva de la palabra rancho. Esto se debe a que las canciones se originaron fundamentalmente en los ranchos y zonas rurales de México (especialmente en la zona del Bajío).

Durante la primera mitad del siglo veinte, la ranchera fue un estilo de música que capturó la esencia del nacionalismo post-revolucionario y se convirtió en infalible impulsor del cine mexicano.

Si bien en un inicio era ejecutada por un solo artista acompañado por una guitarra, posteriormente evolucionó y  se asoció estrechamente con los grupos de mariachis oriundos del Estado de Jalisco.

Gran parte de la belleza de la música radica en la capacidad de ésta para crearnos todo tipo de imágenes en la cabeza y a su vez transportarnos a un lugar o tiempo específico. Cada vez que escuchamos alguna canción de Jorge Negrete, es inevitable no pensar en aquel México rural y romántico de la primera mitad del siglo pasado.

La ranchera, al igual que el corrido, habla de temas cotidianos como el amor, los caballos, el nacionalismo y sucesos trágicos.

Asimismo, como la mayor parte del arte mexicano, la Ranchera proviene de un mestizaje estilístico en el que las influencias extranjeras son más que evidentes (por ejemplo, la polka, el bolero y la música tradicional española). Sin embargo, la cultura, estética y cosmovisiones locales están tan impregnados en ella, que hacen de ésta un género con suficiente personalidad e identidad para ser reconocido como algo totalmente único.

En cuanto la música folclórica secular, es la canción ranchera la que ha llegado a suplantar al romance, al corrido y a la décima en términos de popularidad. A diferencia del romance y el corrido, los cuales son básicamente baladas narrativas, la ranchera es más introspectiva.

Normalmente se compone en forma de coplas o cuatro versos octosílabos. Mientras que la gran parte de los corridos tratan la muerte, la canción ranchera se concentra en el amor (Robb 1980).

La instrumentación incluye guitarras, cuerdas, trompetas, y acordeones. Además de la instrumentación típica, la música ranchera, así como muchas otras formas de música tradicional mexicana, también contiene un grito mexicano,  vehemente y entusiasta, que se hace en interludios musicales en una canción, ya sea por los músicos o por parte del público.

Como los corridos, la ranchera tiene la letra sencilla, y los cantantes alargan las últimas notas de los versos o las estrofas. Sin embargo, los cantantes de las rancheras añaden una ligadura que se ha convertido en una característica distintiva del género y que sirve de vehículo para expresar un sentimiento.

Al igual que los corridos, las rancheras se pueden acompañar de diferentes tipos de grupos instrumentales.

En México, las rancheras se cantaban en el teatro como entreacto de piezas nacionalisras alrededor de 1910, y pronto se hicieron canciones comerciales cantadas por cantantes urbanos.

La música ranchera ha llegado a ser un símbolo del mexicanismo tal como el charro, el campesino y el mariachi. Su popularidad contribuyó al descenso de estilos regionales mexicanos. De 1930 en adelante llegaron a ser importantes en el cine mexicanao, lo cual aportó a la difusión e internacionalización de la ranchera mexicana. 1

Debido a su carácter popular y nacionalista, la música ranchera siempre fue una inseparable compañera del Cine de Oro Mexicano. Películas  como “¡Ay Jalisco no te rajes!” y “Allá en el Rancho Grande” deben gran parte de su esencia y éxito al género de las rancheras.

La ranchera tuvo grandes exponentes en músicos y compositores como José Alfredo Jiménez, Tito Guízar, Ernesto Cortázar, Antonio Aguilar y Vicente Fernández. No obstante, Jorge Negrete,  Miguel Aceves Mejía (el rey del falsete), Javier SolísPedro Infante, fueron los  grandes ídolos y representantes de la música ranchera durante la primera mitad del siglo XX.

Canciones notables:

 

 

 

 

 

1. Chávez, Eliverio (2007),  Mestizaje: Introducción a la Cultura Mexicoamericana, Author house, US, pags 241-243